«Mike conocía casi todos los libros existentes en Luna, podía leer mil veces más aprisa que cualquiera de nosotros y no olvidar nada a menos de que se decidiera a borrarlo, podía razonar con perfecta lógica y formular complicadas hipótesis partiendo de datos insuficientes… pero no sabía nada acerca de cómo estar «vivo».»
Heinlein, R. A. La luna es una cruel amante. Barcelona: Acervo, 1972, p. 47